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Palacio Episcopal (Un regalo de bodas)

• Una joya histórica y arquitectónica que ha sobrevivido a la destrucción de San José

El 5 de junio de 1886, en medio de la mayor intimidad, se celebraba en San José el matrimonio de Lesmes Jiménez Bonnefil y Adela Gargollo Freer. Monseñor Bernardo Augusto Thiel, que los había casado, se encontraba entre los escasos invitados y llevaba consigo un inusual regalo de bodas: encargarle al joven cónyuge el diseñar nada menos que su Palacio Episcopal.

En efecto, Jiménez era ingeniero en construcciones civiles y mecánicas graduado en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, en marzo de 1882. Luego se había dedicado a trabajar con su amigo el vizconde Ferdinand de Lesseps, quien había terminado el canal de Suez y se empeñaba entonces con el de Panamá.

De regreso a Costa Rica, Jiménez había conocido a quien sería su esposa y muy pronto decidió formar con ella un hogar, mas sin otro apoyo que la fortuna familiar. Por esto, el encargo aquel –que no sería el único, pues la Iglesia llegaría a ser su principal cliente– era un importante impulso a una carrera profesional que estaba todavía por iniciarse en Costa Rica.

Un obispo sin palacio. Erigida la Diócesis y firmado el Concordato con la Santa Sede, al mediar el siglo XIX, habíase comprometido nuestro Gobierno a proporcionarle al obispo una residencia digna de su investidura.

Sin embargo, al igual que antes con monseñor Llorente, entonces el Ejecutivo se limitaba pagar el alquiler de una casa en la ciudad. De este modo, cuando Thiel subió al obispado en 1880, se estableció en la casa ubicada en calle 3, entre avenidas Central y 1ª. De ahí, precisamente, por haberse enfrentado a los liberales en el poder, fue sacado el prelado en julio de 1884, rumbo al exilio.

Monseñor Sanabria apunta en su biografía de Thiel: “El período de destierro fue un verdadero desastre para la Iglesia de Costa Rica. La edificación con tantos sudores intentada por Monseñor, estaba en ruinas. Era preciso construir de nuevo, casi desde los fundamentos, empleando nuevos métodos y trazando nuevos planos”.

A tal edificación institucional debía corresponder la construcción física de un palacio episcopal. Esta obra era urgente entonces pues, a su regreso, en mayo de 1886, Thiel había debido hospedarse en el Seminario. Por eso se aplicó inmediatamente a la tarea.

De hecho, cuando Thiel fue expulsado, ya estaban listos los planos de la ornamentación que faltaba en la Catedral, y se había proyectado además construir una nueva sacristía al sur de ese templo y en su mismo predio.

Así le escribía al obispo, desde el extranjero, el vicario Antonio del Carmen Zamora: “Hay mucho empeño porque se haga de alto la sacristía vieja hasta la esquina, siguiendo ésta haciendo martillo hasta igualar con El Sagrario, con el fin de que sirva de Palacio Episcopal”.

Los planos y los fondos. Por eso, como apunta la investigadora Ana Isabel Herrera en su libro inédito Descubriendo la Catedral de San José, en el Archivo de la Curia existen dos planos: uno del arquitecto H. Mommer y fechado en marzo de 1883, y otro sin fecha y firmado por J. G. Bennet.

No obstante, según la voluntad del obispo, se usaron los elaborados por Lesmes Jiménez, no sin antes someterlos a la supervisión de los ingenieros alemanes Lathan y Runnebaum. Lathan estaba ligado a la compañía que desarrollaba el balneario de Agua Caliente de Cartago, y Runnebaum, a la construcción del Ferrocarril al Atlántico.

Por otra parte, desterrado Thiel, el Gobierno del general Próspero Fernández no quiso seguir pagando el alquiler de la casa que, como oficinas, el vicario Zamora ocupaba en nombre del obispo. Por esto, la elección de dicho terreno, propiedad de la Iglesia, obedecía al deseo de Thiel de evitar mayores conflictos con el Gobierno.

Quedaba por resolver entonces el asunto de los fondos para emprender la obra. Se recordó así la existencia del legado de Martín Echavarría, quien había dejado a la Iglesia varias propiedades “para el culto y reedificación” de la Catedral, bienes que su albacea traspasó a la Iglesia en julio de 1886.

No obstante, como ese templo estaba casi terminado entonces, Thiel solicitó del Cabildo Eclesiástico la aprobación para invertir el legado en la que serviría de casa de habitación al obispo, así como para las oficinas de la Curia y su archivo. Como señala Sanabria, igualmente obtuvo “de la Santa Sede las autorizaciones del caso”.

Así, una vez integrada la Junta de Construcción, empezaron las obras en agosto de 1886, con Cleto Monestel como inspector del trabajo, puesto que ocuparía hasta su conclusión.

Arquitectura y ocupación. Los gruesos muros de ladrillo y argamasa, levantados sobre el pedestal de granito que da a la avenida 4ª, estaban ya muy avanzados, cuando en setiembre de 1887 se le encargó a Federico Lahmann –cuya ferretería estaba muy cerca de la obra– traer de Europa y los Estados Unidos muchos de sus accesorios: picaportes y ventanas, alfombras y cortinas, estatuas de bronce y otros acabados.

“Nada decimos del valor arquitectónico de la nueva construcción porque a la vista está que nuestro Palacio Episcopal es uno de los edificios de mejor presentación de la capital, por sus líneas severas y por el aspecto solemne e imponente de su mole”, anota Sanabria.

Ciertamente, a ello cabe agregar tan sólo, que amén de su atípica disposición en L, arquitectónicamente es en todo de un palazzo renacentista tal como lo recomendaba ya León Battista Alberti (1404-1472): “que no le falte nada de lo que es necesario y que no haya nada más que pueda ser objeto de crítica” (De re aedificatoria).

Una vez terminado el Palacio, Thiel empezó a habitarlo el 25 de abril de 1888, por lo que resulta extraño que en la fachada se consignara “1887”, año en que estaba aún en plena construcción. La inversión total había sido de 65.791,16 pesos, y era el único edificio de la Iglesia en Costa Rica para el que se dispuso de recursos sin acudir a rifas, limosnas o turnos.

Con al prelado, se trasladaron al Palacio la Curia y el archivo eclesiástico: este, notablemente enriquecido por Thiel con antiguos legajos y libros de partidas, recogidos en nuestras parroquias durante sus visitas canónicas.

Humanista siempre, allí formó también Thiel el Museo Episcopal y la Biblioteca del Palacio, para la que adquirió en Europa grandes lotes de libros de ocasión, y creó el fondo de historia de América y su colección de periódicos.

De regalo a legado. Sin embargo, con la llegada del nuevo siglo falleció monseñor Thiel en su neoclásico palacio, luego de una larga enfermedad (1901). A sus puertas, mientras tanto, lloraban las gentes que venían a la ciudad de todos lados, incluidos los indígenas de remotas regiones, para quienes fue un padre aquel obispo viajero y para ellos santo.

Años después, en 1906, esfumada la fortuna familiar con la baja en los precios internacionales del café, Jiménez Bonnefil fundaba la primera fábrica de mosaicos del país y una pequeña empresa constructora. Esta, de la mano de “Doña Adela” – como pasaría a la historia su extraordinaria esposa–, se convertiría en la más importante de la primera mitad del siglo XX en Costa Rica: toda una institución edilicia, que empezó con un regalo de bodas.

FUENTE: La Nación. Áncora, p. 22
FECHA: Domingo 4 de abril de 2010
DIRECCIÓN: http://www.nacion.com/2010-04-01/Ancora/NotasSecundarias/Ancora2319728-1.aspx
AUTOR: Andrés Fernández | This e-mail address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it

EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES.