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El Morazán: Donde estuvo la laguna

AUTOR: Andrés Fernández

El 23 de abril de 1920, el periódico La Tribuna informaba que había terminado la demolición del quiosco del parque Morazán: “Ahora se trata de saber qué se hará allí: si el nuevo kiosco como se había pensado, un tanque de agua o se dejará el campo desocupado”.

“Esa es cuestión que debe resolverse luego, pues las retretas en aquel lugar hacen falta”. Por esto, el mismo año, pero faltando sólo tres semanas para el 25 de diciembre, la Comisión de Festejos encargó, al arquitecto José Francisco Salazar, el diseño y la construcción de una obra que llenase aquel vacío urbano.

De inmediato, Salazar organizó una cuadrilla que trabajó sin descanso hasta que la construcción estuvo terminada el día 24, para ser inaugurada en la noche de Navidad de 1920 con la coronación de la reina de los Festejos Populares.

El resultado del reto impuesto al arquitecto, fue el señorial Templo de la Música, obra neoclásica de tendencia jónica, inspirada –según su autor– en el Templo del Amor y de la Música de Versalles, Francia: las retretas podían continuar en el parque Morazán.

Suampo y barriada. En su obra Historia de Costa Rica bajo la dominación española, el historiador León Fernández Bonilla apunta: “[el] 1º de octubre de 1808 el gobernador [Tomás de Acosta] escribió a los alcaldes de San José, que era necesario desaguar la laguna que se estaba formando en el lugar de donde se habían sacado los adobes para construir las casas de la población”.

Conocido como el “Pozo de Villanueva”, de aquel se tenía noticia escrita al menos desde 1790. Más que una laguna, era lo que los costarricenses llamamos un “suampo” o pozo cenagoso. Era artificial debido a la causa apuntada por el gobernador, y a formarlo contribuyeron las lluvias, el agua del suelo y el hecho de que se ubicaba en una depresión de terreno.

Al este de ese pozo pasaba la acequia de Las Arias, asegurando el agua corriente también, de manea que pronto fueron asentándose en su vecindad familias de los diversos estratos sociales que poblaban la villa, hasta constituir lo que vino a llamarse el barrio de La Laguna.

Ubicadas al nordeste de la población, laguna y barriada pueden verse claramente en el primer plano de la ciudad de San José realizado por Nicolás Gallegos, en 1851. La Laguna era entonces el límite urbano en aquella dirección, hasta el punto de que, al construirse la Fábrica Nacional de Aguardientes –entre 1853 y 1856–, sus contemporáneos la ubicaban “extramuros” de la ciudad.

La construcción de esas instalaciones, con sus necesidades de comunicación y transporte, consolidó el sector en términos habitacionales, de modo que, aduciendo razones de salubridad, el Gobierno adquirió su predio y desecó el viejo pozo en 1877. Concluidos los trabajos de relleno del sitio al año siguiente, para 1881 el municipio destinó 1.500 pesos a labores de mejoramiento en la “plazoleta de La Laguna”.

Así, los vecinos del lugar se deshicieron de un potencial foco de infección y empezaron a vislumbrar un incipiente parque, el segundo espacio josefino con esas características después del parque Central.

El parque... ¿Morazán? En 1885, gobernaba el país el general Próspero Fernández, cuya repentina muerte conmovió al círculo liberal que lo rodeaba pues tenía en él al máximo impulsor de sus ideales de “orden y progreso”.

Ese mismo año, en el parque municipal en construcción, se decidió erigir un monumento a la memoria del gobernante fallecido. Sobre un pedestal de estética neoclásica se colocó el busto de mármol encargado al artista italiano Lorenzo Durinni, monumento que fue inaugurado por el presidente Bernardo Soto en agosto de 1887.

De seguido, el Ejecutivo emprendió las expropiaciones de algunos lotes y casas aledaños a la desaparecida laguna, que permitirían consolidar el predio de la obra en proceso. Nada más quedaba pendiente darle nombre al parque, algo que se hizo mediante un decreto emitido el 15 de setiembre de ese mismo año.

El escueto documento, sin considerando alguno –como lo señalaron luego sus adversarios–, disponía que el nuevo espacio público llevase el nombre del general hon-dureño Francisco Morazán, adalid de la unión centroamericana y a quien, por sus tropelías al frente del gobierno de Costa Rica, se había fusilado en el parque Central el 15 de setiembre de 1842.

La polémica no se hizo esperar. El 22 de setiembre de 1887, un bien argumentado artículo del señor Franco Sáenz publicado en el periódico La República, abrió la discusión. En él, Sáenz anotaba que por el marcado contraste entre los actos de ambos militares, la nueva disposición contradecía la anterior, que reconocía los méritos del general Fernández en el mismo sitio.

Iba más allá: “Por eso añado, que el Parque pudo también dedicarse a honrar la memoria de Carrillo o a la de Juan R. Mora, a favor de quien explican todavía los méritos, varios edificios públicos existentes, puentes, caminos y más que esto, las gloriosas jornadas de 1856 y 57 contra el filibusterismo que amenazó la independencia de las Repúblicas de Centro América”.

Consolidación y desarrollo. La discusión continuó el resto del año, con algunas réplicas oficiosas a favor del desatino, casi todas aparecidas en el diario El Comercio; pero la única respuesta del Gobierno fue el silencio, y las obras siguieron su curso con aquel nombre.

Así, en 1888, las obras constructivas del Morazán se encargaron al ingeniero Juan de Yongh, quien tenía su despacho 400 varas al oeste del parque, frente a la iglesia del Carmen. Con el ferrocarril a poco de concluirse y ubicada la estación 500 varas al este, en los siguientes cuatro años no se escatimaron recursos en la que sería la nueva puerta de entrada a la ciudad.

Refiriéndose al resultado, los historiadores Gerardo Vargas y Carlos Manuel Zamora anotan: “El diseño del parque obedeció a un planteamiento paisajístico funcional, que determinó el trazado de cuatro secciones cubiertas de césped y plantas ornamentales. Las secciones se hallaban separadas entre sí por la Calle de la Estación (avenida 3) y la Calle del Obispo (calle 7) y distribuidas alrededor de una isleta central” (El patrimonio histórico-arquitectónico y el desarrollo urbano del distrito Carmen).

En dicha isleta se levantaba el monumento al general Fernández y de allí partían, en efecto, las secciones ajardinadas rodeadas a su vez por una banqueta. En la primera entrega de su novela Escenas, aparecida en la revista Pandemonium en octubre de 1903, el escritor costarricense Claudio González Rucavado evoca así el conjunto:

“Pretiles cementados, con refuerzo de ladrillo al pie, en forma de grada, circundan los cuatro jardines cubiertos de vegetación educada. Los pretiles y su grada son cómodo asiento. A la sazón, hombres y garzones de la buena sociedad, sentados en ellos, dejaban irse las horas paliqueando sobre la importancia de los perros, las razas de ganados y, sobre todo, de la última pelea de gallos”.

Para 1910, reubicado el monumento dicho fuera del parque, el espacio dio lugar a la construcción de un elegante quiosco de planta octogonal y estampa Art Nouveau, encargo de la Comisión de Fiestas Cívicas. Fue a su sombra que nacieron las famosas retretas del Morazán que, con la breve interrupción de 1920, continuaron por espacio de cuarenta años para deleite de los josefinos.

FUENTE: La Nación. Áncora, p. 3
FECHA: Domingo 26 de febrero de 2012
DIRECCIÓN: http://www.nacion.com/2012-02-26/AldeaGlobal/NotaPrincipal/AldeaGlobal3057357.aspx
AUTOR: Andrés Fernández | This e-mail address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it
EL AUTOR ES ARQUITECTO, ENSAYISTA E INVESTIGADOR DE TEMAS CULTURALES.

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